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Les escribo de un país maravilloso, donde los diosas viajan sobre las alas de los cefiros, ligeras como meteoros, desesperadas como pensamientos aislados absurdos como un movimiento de un dedo del pie.

El mundo del múltiplo de donde surgen las fábulas, es un mundo indistinto para el que escucha y el que observa. Ir al encuentro de lo que no existe aún, pero que posiblemente existirá positivamente quizá de manera vaga y imprecisa.

Para poner a la prueba mi fe en la exactitud y satisfacer el deseo de imprecisión, es necesario una atención extremadamente constante, una precisión meticulosa en la composición de cada imagen, en la minuciosa definición de los detalles, en la elección de las atmósferas susceptibles de suscitar en el espíritu la sensación del indefinido... el imposible de imaginar.

Soy miembro del partido de los cristales.

He construido una estructura a facetas donde cada cuadro se codea con al vecino y se encuentra liado en una red que permite trazar cursos múltiples y sacar conclusiones ramificadas y plurales, sin que nunca su sucesión implique un informe causal o jerárquico.

Les escribo bajo una lluvia ininterrumpida de imágenes... ya no distingo muy bien la profundidad, el sentido virtual y los contrastes.

Una gran parte de esta nube de imágenes se disuelve inmediatamente, como sueños que no dejan ningún rastro en la memoria;

Lo que no se disuelve, es esta sensación de particularidad y malestar.

Les escribo de un mundo maravilloso atrapado en una fantasmagoría de juegos de espejos, que reflejan su confusión, su particularidad, su malestar y su inconsistencia, imagen tras imagen, palabra tras palabra, sin principio ni final.

Constato ahora que la forma se pierde, y a eso intento oponer el único remedio concebible para mi: Una determinada idea del arte y de la dispersión.

Dispersar, extender eso por aqui por allí, separar, disparar en todas direcciones, para esperar protegerse de una terrible plaga:

la generalidad.

Difícil para un meteoro orientarse en una noche sin luna.

Mis debilidades, mis lagunas, lo que tengo de incapaz, de irrepresible, me aspiran y desagregan en mi el niño que vive en el hombre.

Cada uno viaja según sus visiones, cada uno viaja según su naturaleza, en un desorden incomparable de probabilidades mentales, que se combinan, que se consumen bajo el yugo de la casualidad que las fija en una multitud de escenificaciones, segun las leyes de la desgracia.

Ante el viento suspiro, algo en mi me observa fijamente... el recuerdo de un recuerdo.

Solo queria cambiarte las ideas.

Repito:

¡La vida es un viaje en paracaídas!